miércoles, 20 de octubre de 2010

PUTEROS I (GÁRGAMEL)



El 98 lo conocí en uno de los antros que están por la Vicente Ochoa, por entonces caminaba con el Gato Félix, quien no tenía rábana idea de esos locales, todos clandestinos, pero si traía quivos, que en sí es lo que más importaba. La puerta del club era de madera vieja, a partir de las once de la noche estaba entreabierta y salía un olor que pocos aguantaban más de un par de minutos, claro, estando un poco más uno se acostumbraba y pasaba el resto de la noche como si nada. Parado en la entrada Gárgamel recibía a mil y gil, una cortina de tela vieja y con manchas de sangre seca, daban la bienvenida. Adentro, un juego de foquitos de navidad adornaba cada ambiente y en el rincón una puerta metálica daba a un patio donde había un hoyo en la tierra que los parroquianos usaban como baño turco y un par de latas de manteca servían de urinario. 1,85, gordo, cabello crecido, más feo que pegarle a la madre en el día de la madre, chompa gruesa, color negra, zapatos estilo militar, un bigote descuidado y arrugas en la frente, esperaba clientes o borrachos que rematen la noche, preguntaba si tenían plata, los miraba de pies a cabeza y si daba pinta los dejaba entrar, sino los agarraba del cuello y los empujaba a la calle, previo escupitajo en la cara y los insultos más soeces que he escuchado hasta ahora.

Eran tres ambientes, todos con sillones anchos y frazadas que cubrían los huecos que tenían tamaños desde pequeños hasta los que si uno se descuidaba terminaba en el piso, casi todos tenían pulgas por lo que era normal andar rascándose toda la noche y al llegar a casa echar alcohol para apaciguar las ronchas. Las filomenas (putas) estaban sentadas tomándose un trago barato o fumándose un cigarro que los parroquianos les invitaban, hablando entre ellas y riendo sin la menor vergüenza.

El Gárgamel vigilaba desde la entrada todo, se paraba al costado de una garrafa conectada a una estufa que daba calor, un vaso con tirillo en la mano y secando vaso a vaso como descosido, era un hijo de puta cuando quería, lo vi romper narices como nueces sin el menor asco o de un gancho quebrar costillas hasta dejar a los desprevenidos, doblándose de dolor en el piso, pero con los más amigos o los clientes asiduos se portaba bien, invitaba la primera ronda a cuenta de la casa y hasta recomendaba las chicas más nuevas y las que no tenían enfermedades venéreas, claro, antes de trabajar ahí, todas tenían que pasar primero por su cama, por lo que sabía cual era más filomena que otras.

Un domingo cuando caminaba con unos amigos me saludó, cruzó de acera y en tono firme dijo “Cristian*, hay dos nuevas y ya sabes que la primera botella va por mi cuenta”, me dio un abrazo y siguió caminando en zeta agarrando en una mano la botella casi vacía de tequila y en la otra una hamburguesa de a luca medio verde.

Hace un par de meses fui nuevamente por la Ochoa y supe que tenía tres locales nuevos, una debajo el Puente Avaroa, donde también le eché a los tragos algunas veces, otro por el Cementerio y otro por La Ceja de El Alto. Está más viejo, más cabrón y después de estos años casi ni me reconoce..



* Mi nombre de batalla
** Todo lo escrito es 100% real.




3 comentarios:

Anónimo dijo...

http://dosignifikados.blogspot.com

Cecy dijo...

En mi vida muchos amigos me han contado de esos lugares, no me son de simpatía, pero tampoco voy hacer tan ilusa con la profesión mas antigua del mundo. Y esos señores les tengo bastante bronquita, de cualquier manera siempre me pregunto?, Cuanta historias de vida debe tener en su memoria.

Un besazo ASESINO!!!!

Janeth dijo...

Exelente escrito, me recuerda a una pelicula nacional que vi hace poco, claro que con un visio diferente el alcoholosmo, se llama "Cementerio de elefantes" me parecio muy similar el relato, siempre es un placer leerte
Besitos
Janeth