lunes, 24 de enero de 2011

CARTAS A UNA AMIGA IV


Querida Manny:


Te escribo porque sé que sólo tu entenderías sin reproches lo que voy a contarte, no quise (o pude) decírselo a Claudia ni Nelly porque sé que no lo aceptarían y me juzgarían. Tengo miedo a defraudarte a ti, a mi madre, a mi familia y a mí mismo, miedo errar como lo he hecho en un par de negocios, estudios y amores, miedo a confesar que odio los concursos de belleza en una ciudad donde existe hasta “Miss Supositorio” y que a pesar de ello, mis cortejas han sido “Miss Facultad X de su Universidad” o “Miss Institución X”.

Este miedo que viene y va no es de ahora sino de hace un par de meses, a veces de noche despierto de golpe aterrado, los ojos abiertos, sin poder emitir ni un sonido y me quedo con la boca amarga, en ese instante recuerdo que han sido fantasmas, perros asesinos o cuevas oscuras y estrechas, quiero escapar, huir de un modo salvaje, mi cuerpo se torna pesado, escapo en cámara lenta y aún con los intentos básicos de supervivencia, el correr o volar son infructuosos.

Temo confesar que odio a los autores de culto, que a pesar de mi manía y obsesión de leer libros y visitar en Internet páginas y blogs de literatura, me doy cuenta que cada vez sé menos y eso me desespera, me hace ver un ser inferior ante el resto de los mortales, odio a los clásicos de los sesenta y setenta, esas vacas sagradas que no admiten discusión, temo decirlo porque sé que dentro el círculo que me muevo, los demás me comerían vivo, mirarían con desprecio y hundirían diciendo: ¿qué sabe ese infeliz, ése al que no le gusta Onetti, Borges o García Márquez?.

Me encierro días enteros en el departamento, las cortinas cubriendo cualquier hálito de luz que se filtre por las ventanas y así, en la complicidad que da la luz artificial y el oscuro del encierro, varío y desvarío en medio de las teorías más absurdas que imaginas, eliminando lo fatuo, lo superfluo y vanagloriando lo imperceptible, lo sutil. Vanidad, mi pecado favorito. Cuando tocan la puerta me quedo en silencio, quizás si escuchan mi respiración sepan que estoy vivo y me arruinen la depresión.

Hay días que salgo a la calle, libro en mano me doy a la tarea de buscar en alguna plaza del centro una banca escondida y me siento y leo, me quedo horas, me olvido del almuerzo, de la cena, de dormir y cuando termino de leer, levanto la cabeza preguntándome si hoy es lunes o martes y pienso que algo anda mal en el mundo, que las nubes no son parejas, que los perros debieran tener un color rojo o amarillo en su pelaje, pregunto ¿porqué las moscas no vuelan de retro, si he apagado la plancha o la garrafa, si hace frío o esa manía mía de andar con un suéter negro es pura obsesión?.

Tengo miedo encontrarla en la calle y no sentir ya nada por ella, sabiendo que en el fondo aún me aferro a imposibles y estupideces, miedo a contestar el celular y ver que ella, quien me acompaña ahora, me pregunte si estoy bien, si la extraño o pienso en ella y muy en el fondo saber que nada de eso sucede, que no me interesa ni importa ella ni ninguna otra y entonces, mientras escuche por el auricular que me dedica una canción y recomienda que esta noche al cerrar los ojos sueñe con ella, piense que prefiero los días nublados, las plazas vacías, sentir el frío del aire y el polvo en el viento, el resto se puede ir al mismo infierno (el infierno no soy yo, son los demás).

Tengo miedo a ser y no ser a la vez.

Un beso


Gustavo
21.01.11


lunes, 17 de enero de 2011

CARTAS A UNA AMIGA III

Querida Manny:

Han pasado semanas desde la última carta y aún tengo miedo soñar porque sé que estarán ellos, que me atormentan, ellos que dan vueltas la habitación tocando el techo con sus miradas frías y voces toscas, vacías, inhumanas, no sé si son fantasmas o reflejos míos que me abandonaron mientras los días han ido pasando. "A veces de noche enciendo la luz para no ver mi propia oscuridad" y dejar impresas en las paredes aquellas sombras que aún permanecen visibles a pesar del tiempo.

Me resisto a dejarla ir, de vez en cuando veo sus fotos y trato de adivinar porqué sonríe si de fondo se divisa una tarde nublada, algunas hojas cayendo de los árboles y un perro echado en medio de la nada, la veo y un brillo fino sale de sus ojos, los dientes perfectos y la imagen segura de sí misma que contrasta con mi reflejo dubitante y cansado. No la dejo ir, no porque no quiera sino porque no puedo, sería justo decir que ella tampoco ha hecho mucho por despedirse o alejarse, sigue ahí, con la sonrisa burlona, los cabellos cayendo por los hombros desnudos mientras me ve de frente esa imagen grabada en el recuadro de papel, con el marco de plástico “made in China” y un vidrio que la secuestra de mis dedos.

Cuando cae la noche salgo al balcón que da a la calle y fumo uno, dos, tres cigarros pensando que falta un par de horas para jugar otra vez a encontrar mi sombra en la oscuridad, a adivinar si la música que vuela proviene de mi mente o del vecino que como otras veces se olvida que está vivo y se entrega al tequila hasta caer rendido de borracho. Los autos pasan y en medio de la reja del frente unos niños dibujan en la arena unas figuras que no termino de entender, levantan los brazos y ríen, un gato está echado al costado y a ratos levanta la cabeza y tras unos segundos la vuelve a apoyar en el piso mientras unas gotas van cayendo, las nubes de un plomo oscuro indecente se iluminan y se lanzan a llorar, doña Hortensia corre mientras la ropa tendida en el patio va cambiando de color al influjo de esas lágrimas frías.

Esta tarde salí con Claudia y reímos recordando cuando nos conocimos, ese mes de abril, chocamos afuera del cine, sus pipocas en el piso y mi soda en la camisa, recordamos que van a ser tres años y cada vez nos encontramos en la misma plaza, las mismas gradas, a la misma hora todos los viernes, damos un par de vueltas y luego vamos al mismo Café, elegimos los mismos lugares, cerca de la rockola y cuando están ocupados volvemos a la plaza y damos unas vueltas más. Fuma un “Marlboro rojo” y me pregunta si está bonita, le digo que sí, baja la cabeza y sigue fumando, escuchamos la canción de James Blunt que escupen los parlantes, Eagles y nos quedamos callados, tomo el libro de turno y le digo que éste es diferente a los otros, me pregunta de qué trata y escucha cada palabra, a ratos me interrumpe y pregunta si no es el mismo de la semana pasada, le digo que no, es otro, el anterior era de un sueco, éste es japonés, le muestro la portada donde una mujer está de espaldas con las manos cruzadas, una foto opaca, lo toma, le da vuelta y lee el resumen, parece interesante, dice.

Mañana será otro día y quizás ideas nuevas aparezcan de la nada y me interrumpan este letargo que ya lleva un buen tiempo, no creas que te he olvidado estos días ni que he dejado la pluma sobre el escritorio junto a la taza de café que me resisto a lavar, pasa que el silencio ha sido tan fuerte, tan grande que he tenido que lidiar con él y ahora que por un rato he escapado, he decidido escribirte y decirte que todo está bien, ahora está Verónica a mi lado, a ratos llena el vacío que ha quedado y me recuerda que la vida sigue, todo sigue, todo avanza, incluso yo.

Saludos

Viernes, 14.01.11