lunes, 25 de octubre de 2010

DE ANTROS Y OTRAS PORQUERÍAS

EL CARACOL


Cuando los ojos ya no aguantaban y el peso del mundo se sentía en los párpados, cualquier sitio era bueno para echarle una dormidita, un karaoke fulero, una discoteca chojcha o por último, algún alojamiento de mala muerte, donde se podía ver las sábanas con resto de sangre o semen seco, al fin y al cabo, uno buscaba protegerse del frío y el viento que recorre las calles paceñas. Las noches de verano son las más frías que he sentido en mi vida.

Estaba El Caracol en la Buenos Aires, donde iban las imillas y llokallas más peligrosos de la ciudad, tocabas la puerta y un tipo gordo y con más tajos en la cara que crucigrama, atendía y si le daba la gana entrabas, si no te cerraba con puteada de por medio por haberlo hecho despertar. Se bajaban unas gradas estilo caracol de cemento tosco y ordinario hasta llegar a un espacio inundado de olor a baño trancado, orines, excremento y falta de ventilación por semanas. Dos parlantes clavados en el techo expulsaban las cumbias más conocidas mientras en la pista las polleras volaban como cometas pesadas, de todos los colores y zigzagueando. Ambientes pequeños con cortinas pesadas y que al tocarlas nomás se sentía que eran usadas como pañuelos o toallas en las que se limpiaban la cara, las manos y se soplaban los mocos los que podían.

Lo peor eran los baños, si uno iba a orinar, no podía menos que vomitar un par de veces por lo que veía u olía, a veces algún desgraciado no dejaba pasar porque su cuate estaba funkeando con alguna imilla o se encontraba con que alguien que había ido a hacer sus necesidades y de ebrio se durmió sentado o echado en semejante urinal; si así pasaba, no quedaban más que dos opciones: salir del antro para orinar en la calle bajo riesgo que el hijoputa del sereno no te readmita en tan exclusivo local o descargar lo que no se necesitaba en el cuerpo en alguna esquina de la discoteca mientras tus carnales hacían de cortina, aunque a decir verdad a nadie le importaba bailar sobre un poco de líquido corpóreo.

Una vez tomando una cerveza vi una pelea entre un par de tipos que a sopapo limpio se abrían heridas en la cara, el único recuerdo de esa noche es el reloj de uno de los maracos que voló a mi mesa y antes que alguien diga miau lo metí en el bolsillo de la chamarra y seguí bebiendo como si nada hubiera pasado.

Al salir, era normal escuchar gritos, pateadas de puertas de las casas vecinas por los más ebrios y los no admitidos o alguna pareja teniendo relaciones sin la menor vergüenza, tendidos en el piso. Hace tiempo que no voy a ese local, pero escuché por ahí que lo clausuraron hace un par de años cuando los muertos pasaban de dos por semana.

miércoles, 20 de octubre de 2010

PUTEROS I (GÁRGAMEL)



El 98 lo conocí en uno de los antros que están por la Vicente Ochoa, por entonces caminaba con el Gato Félix, quien no tenía rábana idea de esos locales, todos clandestinos, pero si traía quivos, que en sí es lo que más importaba. La puerta del club era de madera vieja, a partir de las once de la noche estaba entreabierta y salía un olor que pocos aguantaban más de un par de minutos, claro, estando un poco más uno se acostumbraba y pasaba el resto de la noche como si nada. Parado en la entrada Gárgamel recibía a mil y gil, una cortina de tela vieja y con manchas de sangre seca, daban la bienvenida. Adentro, un juego de foquitos de navidad adornaba cada ambiente y en el rincón una puerta metálica daba a un patio donde había un hoyo en la tierra que los parroquianos usaban como baño turco y un par de latas de manteca servían de urinario. 1,85, gordo, cabello crecido, más feo que pegarle a la madre en el día de la madre, chompa gruesa, color negra, zapatos estilo militar, un bigote descuidado y arrugas en la frente, esperaba clientes o borrachos que rematen la noche, preguntaba si tenían plata, los miraba de pies a cabeza y si daba pinta los dejaba entrar, sino los agarraba del cuello y los empujaba a la calle, previo escupitajo en la cara y los insultos más soeces que he escuchado hasta ahora.

Eran tres ambientes, todos con sillones anchos y frazadas que cubrían los huecos que tenían tamaños desde pequeños hasta los que si uno se descuidaba terminaba en el piso, casi todos tenían pulgas por lo que era normal andar rascándose toda la noche y al llegar a casa echar alcohol para apaciguar las ronchas. Las filomenas (putas) estaban sentadas tomándose un trago barato o fumándose un cigarro que los parroquianos les invitaban, hablando entre ellas y riendo sin la menor vergüenza.

El Gárgamel vigilaba desde la entrada todo, se paraba al costado de una garrafa conectada a una estufa que daba calor, un vaso con tirillo en la mano y secando vaso a vaso como descosido, era un hijo de puta cuando quería, lo vi romper narices como nueces sin el menor asco o de un gancho quebrar costillas hasta dejar a los desprevenidos, doblándose de dolor en el piso, pero con los más amigos o los clientes asiduos se portaba bien, invitaba la primera ronda a cuenta de la casa y hasta recomendaba las chicas más nuevas y las que no tenían enfermedades venéreas, claro, antes de trabajar ahí, todas tenían que pasar primero por su cama, por lo que sabía cual era más filomena que otras.

Un domingo cuando caminaba con unos amigos me saludó, cruzó de acera y en tono firme dijo “Cristian*, hay dos nuevas y ya sabes que la primera botella va por mi cuenta”, me dio un abrazo y siguió caminando en zeta agarrando en una mano la botella casi vacía de tequila y en la otra una hamburguesa de a luca medio verde.

Hace un par de meses fui nuevamente por la Ochoa y supe que tenía tres locales nuevos, una debajo el Puente Avaroa, donde también le eché a los tragos algunas veces, otro por el Cementerio y otro por La Ceja de El Alto. Está más viejo, más cabrón y después de estos años casi ni me reconoce..



* Mi nombre de batalla
** Todo lo escrito es 100% real.




miércoles, 13 de octubre de 2010

¿ALGO QUE AGREGAR?...

¿Algo que agregar?...

jueves, 7 de octubre de 2010

CUANDO ENTONCES ERA AHORA...

Cuando pienso en los días de colegio, nada bueno viene a mi mente, las monjas, algunas reían demasiado, otras más interesadas en que aprendamos a cantar el himno de otro país, algunas estirando las orejas a más no poder por el puro gusto de escuchar “crac” y ver la mueca de dolor.

Como toda sociedad (zoociedad – suciedad) nos sentábamos divididos por “clases” formadas poco a poco, en la primera fila, los chupetes, los nerds, los chupas, corchos, waskiris, hijos de puta o como sea que fueran. Ellos podían elegir si querían ocupar un banco bipersonal ellos solos, tenían derechos, eras las marmotas, los hámsters de los profes, se divertían con ellos, los tenían de ejemplo, dando vueltas en la miserable ruedita para beneplácito de esos seres de otro planeta. Cómo carajo uno puede tener un promedio de 69.7 sobre 70, ¿cómo mierda lo hacían?, no tenían vida, no jugaban más que ajedrez y atari (play station de hoy día), salían a descanso con un libro y un lápiz en la mano, no vaya a ser que pase algo y ellos no lo anoten, mátenlos, mátenlos a todos.

En las filas intermedias y centrales, estaban los intocables, más hijos de puta todavía, ellos elegían sus lugares, ni muy cerca que les llegue la saliva de la boca de los profesores, ni tan atrás que se duerman de aburrimiento. Los deportistas, las porristas, las “modelos”, los pinta pintita, siempre con fiestas y reuniones, fines de semana de farras, en sus autos o motocicletas, mátenlos también.

Por último estábamos los de atrás, pero no todos éramos iguales, había categorías, sub grupos, las mamirris, las pendejas que pasaban toda la clase con el espejito en la mano y maquillándose, hablando de lo buenos que están los del curso paralelo, ¿le viste los músculos a Pepe?, cabronas todas. Estaban las hijitas de mamá, que querían sentarse adelante pero no podían y el lado izquierdo que daba a las ventanas, les servían para rezar, para quejarse que las tareas eran fáciles, que tenían que pasear al perro de noche, ir a cocinar, mierda, las odiaba a todas.

Estábamos los humillados, los que nos sentábamos en la última fila y que daba a la pared, sin ventana, oscuro, sin ventilación, alguien se tiraba un pedo y nosotros lo sentíamos más, la brisa de la ventana ubicada en el otro lado del curso se encargaba de recordarnos que éramos los desgraciados, los pinches cabrones que nadie quería, los pelotudos que por miedo a que nos saquen la mierda permanecíamos callados, nos agarraban en recreo y nos reventaban la madre de una patada, de un cabezazo, nos sacaban la puta y nadie decía nada. Pero nos desquitábamos carajo, con los de cursos inferiores, cuando los gorilas que nos molían a palos nos daban un respiro, íbamos al patio de cursos inferiores y a los sarnas que pillábamos los teníamos de muñequitos, tenían que comprarnos comida, invitarnos soda, hacer 20 flexiones si nos daba la gana. La ley de la naturaleza, del más fuerte, sonaba el timbre y volvíamos a nuestra realidad.

Yo estaba en la última fila, al lado de la pared, oliendo pedos, viendo como se pintaban las cejas, se maquillaban las birlochas alzadas, no había celulares, así que mirábamos los mensajes escritos en papelitos, escuchando los rezos, que ojalá nos den a estudiar de la página 46 a la 75, que mañana el flaco Estivariz comerá frijoles para que los pedos le salgan más hediondos.

Es así como recuerdo, como creo que pasó, por eso, no extraño colegio, ni a la gente con que compartí aula, no les deseo mal, simplemente me vale madre lo que les pasó o pase.