miércoles, 30 de junio de 2010

GATO FÉLIX

GATO FÉLIX


Es al gato Félix, el flaco más desgarbado que he conocido y sabe Dios en que esquina ha de dar sus últimos suspiros, a quien debo agradecer las salidas más peligrosas y artilleras que he dado en estos años. Bajito, ojos pequeños y lentes culo de botella, completaban un terno plomo que gritaba su retiro definitivo, cabello en desorden y siempre en su aliento el aroma del último tirillo tomado.

Vaya a saber cuántas noches nos perdimos en la ciudad buscando el trago más fuerte y la puta más linda. Por entonces estaba sin empleo, como casi siempre, solo y con algo de dinero en los bolsillos por lo que fue ese septiembre del noventa y siete cuando empezamos ese trote que hubo de durar un par de años.

Nos veíamos siempre en el mismo lugar, Tumusla y Buenos Aires, empezaba el recorrido, primero una hamburguesa y un refresco y terminábamos con alcohol y un poco de coca.

Llegó el momento en que habíamos formado un grupo de hasta seis personas y cual hermanos del alcohol recorríamos bares, cantinas, posadas o simplemente nos uníamos en callejones donde la luna, estrellas y Diógenes, uno de tantos perros callejeros, eran testigos de brutales competencias para determinar quien era el más k’olo.

Siempre el Gato era el que caía primero y por tanto al que todos pelábamos hasta el último quinto que llevaba, eso si, siempre respetamos los zapatos y el saquito, tampoco había porque desnudarlo al desgraciado. Con lo recaudado continuábamos hasta tres días seguidos, pobre Gato ni cuenta se daba del faltante y hasta la fecha reclamo alguno nos ha hecho.

Con el tiempo su salud empezó a decaer y su mujer a controlarlo, mejor dicho darle palizas que lo dejaba en cama por días, lo cual no era motivo para darle unas escapadas con la excusa de visitar la posta sanitaria y hacer el cambio de vendas, por unos cuantos tragos infames en la primera cantina que encontrábamos.

Vaya un saludo a quien propició mis farras otoñales y le dio a mi hígado razón de ser.