jueves, 7 de octubre de 2010

CUANDO ENTONCES ERA AHORA...

Cuando pienso en los días de colegio, nada bueno viene a mi mente, las monjas, algunas reían demasiado, otras más interesadas en que aprendamos a cantar el himno de otro país, algunas estirando las orejas a más no poder por el puro gusto de escuchar “crac” y ver la mueca de dolor.

Como toda sociedad (zoociedad – suciedad) nos sentábamos divididos por “clases” formadas poco a poco, en la primera fila, los chupetes, los nerds, los chupas, corchos, waskiris, hijos de puta o como sea que fueran. Ellos podían elegir si querían ocupar un banco bipersonal ellos solos, tenían derechos, eras las marmotas, los hámsters de los profes, se divertían con ellos, los tenían de ejemplo, dando vueltas en la miserable ruedita para beneplácito de esos seres de otro planeta. Cómo carajo uno puede tener un promedio de 69.7 sobre 70, ¿cómo mierda lo hacían?, no tenían vida, no jugaban más que ajedrez y atari (play station de hoy día), salían a descanso con un libro y un lápiz en la mano, no vaya a ser que pase algo y ellos no lo anoten, mátenlos, mátenlos a todos.

En las filas intermedias y centrales, estaban los intocables, más hijos de puta todavía, ellos elegían sus lugares, ni muy cerca que les llegue la saliva de la boca de los profesores, ni tan atrás que se duerman de aburrimiento. Los deportistas, las porristas, las “modelos”, los pinta pintita, siempre con fiestas y reuniones, fines de semana de farras, en sus autos o motocicletas, mátenlos también.

Por último estábamos los de atrás, pero no todos éramos iguales, había categorías, sub grupos, las mamirris, las pendejas que pasaban toda la clase con el espejito en la mano y maquillándose, hablando de lo buenos que están los del curso paralelo, ¿le viste los músculos a Pepe?, cabronas todas. Estaban las hijitas de mamá, que querían sentarse adelante pero no podían y el lado izquierdo que daba a las ventanas, les servían para rezar, para quejarse que las tareas eran fáciles, que tenían que pasear al perro de noche, ir a cocinar, mierda, las odiaba a todas.

Estábamos los humillados, los que nos sentábamos en la última fila y que daba a la pared, sin ventana, oscuro, sin ventilación, alguien se tiraba un pedo y nosotros lo sentíamos más, la brisa de la ventana ubicada en el otro lado del curso se encargaba de recordarnos que éramos los desgraciados, los pinches cabrones que nadie quería, los pelotudos que por miedo a que nos saquen la mierda permanecíamos callados, nos agarraban en recreo y nos reventaban la madre de una patada, de un cabezazo, nos sacaban la puta y nadie decía nada. Pero nos desquitábamos carajo, con los de cursos inferiores, cuando los gorilas que nos molían a palos nos daban un respiro, íbamos al patio de cursos inferiores y a los sarnas que pillábamos los teníamos de muñequitos, tenían que comprarnos comida, invitarnos soda, hacer 20 flexiones si nos daba la gana. La ley de la naturaleza, del más fuerte, sonaba el timbre y volvíamos a nuestra realidad.

Yo estaba en la última fila, al lado de la pared, oliendo pedos, viendo como se pintaban las cejas, se maquillaban las birlochas alzadas, no había celulares, así que mirábamos los mensajes escritos en papelitos, escuchando los rezos, que ojalá nos den a estudiar de la página 46 a la 75, que mañana el flaco Estivariz comerá frijoles para que los pedos le salgan más hediondos.

Es así como recuerdo, como creo que pasó, por eso, no extraño colegio, ni a la gente con que compartí aula, no les deseo mal, simplemente me vale madre lo que les pasó o pase.

1 comentario:

Vania B. dijo...

Yo era de las corchas, pa qué. Me gustaba el colegio y sobretodo demostrar que las mujeres no teníamos la cabeza solo para usar el sombrero. (Traumas feministas de mis papás).

Los pinta pintitas siempre son odiosos, pero es rico verlos años de años después: añorando su popularidad en el colegio, pues la vida de afuera nunca es igual.

Un abrazo asesino, querido Gus.