Querida Manny:
Te escribo porque sé que sólo tu entenderías sin reproches lo que voy a contarte, no quise (o pude) decírselo a Claudia ni Nelly porque sé que no lo aceptarían y me juzgarían. Tengo miedo a defraudarte a ti, a mi madre, a mi familia y a mí mismo, miedo errar como lo he hecho en un par de negocios, estudios y amores, miedo a confesar que odio los concursos de belleza en una ciudad donde existe hasta “Miss Supositorio” y que a pesar de ello, mis cortejas han sido “Miss Facultad X de su Universidad” o “Miss Institución X”.
Este miedo que viene y va no es de ahora sino de hace un par de meses, a veces de noche despierto de golpe aterrado, los ojos abiertos, sin poder emitir ni un sonido y me quedo con la boca amarga, en ese instante recuerdo que han sido fantasmas, perros asesinos o cuevas oscuras y estrechas, quiero escapar, huir de un modo salvaje, mi cuerpo se torna pesado, escapo en cámara lenta y aún con los intentos básicos de supervivencia, el correr o volar son infructuosos.
Temo confesar que odio a los autores de culto, que a pesar de mi manía y obsesión de leer libros y visitar en Internet páginas y blogs de literatura, me doy cuenta que cada vez sé menos y eso me desespera, me hace ver un ser inferior ante el resto de los mortales, odio a los clásicos de los sesenta y setenta, esas vacas sagradas que no admiten discusión, temo decirlo porque sé que dentro el círculo que me muevo, los demás me comerían vivo, mirarían con desprecio y hundirían diciendo: ¿qué sabe ese infeliz, ése al que no le gusta Onetti, Borges o García Márquez?.
Me encierro días enteros en el departamento, las cortinas cubriendo cualquier hálito de luz que se filtre por las ventanas y así, en la complicidad que da la luz artificial y el oscuro del encierro, varío y desvarío en medio de las teorías más absurdas que imaginas, eliminando lo fatuo, lo superfluo y vanagloriando lo imperceptible, lo sutil. Vanidad, mi pecado favorito. Cuando tocan la puerta me quedo en silencio, quizás si escuchan mi respiración sepan que estoy vivo y me arruinen la depresión.
Hay días que salgo a la calle, libro en mano me doy a la tarea de buscar en alguna plaza del centro una banca escondida y me siento y leo, me quedo horas, me olvido del almuerzo, de la cena, de dormir y cuando termino de leer, levanto la cabeza preguntándome si hoy es lunes o martes y pienso que algo anda mal en el mundo, que las nubes no son parejas, que los perros debieran tener un color rojo o amarillo en su pelaje, pregunto ¿porqué las moscas no vuelan de retro, si he apagado la plancha o la garrafa, si hace frío o esa manía mía de andar con un suéter negro es pura obsesión?.
Tengo miedo encontrarla en la calle y no sentir ya nada por ella, sabiendo que en el fondo aún me aferro a imposibles y estupideces, miedo a contestar el celular y ver que ella, quien me acompaña ahora, me pregunte si estoy bien, si la extraño o pienso en ella y muy en el fondo saber que nada de eso sucede, que no me interesa ni importa ella ni ninguna otra y entonces, mientras escuche por el auricular que me dedica una canción y recomienda que esta noche al cerrar los ojos sueñe con ella, piense que prefiero los días nublados, las plazas vacías, sentir el frío del aire y el polvo en el viento, el resto se puede ir al mismo infierno (el infierno no soy yo, son los demás).
Tengo miedo a ser y no ser a la vez.
Un beso
Gustavo
21.01.11